En este Blog podran ver varios de mis cuentos que posteo permanentemente en los Talleres De Escritura de Psicofxp y Foro Metrópolis. Espero que los disfruten tanto como yo. See Ya!!!

15 julio 2006

48 - Emmanuèle





- Hoy es mi día de suerte – pensó Emmanuèle, la clocharde, levantando del piso una billetera.

Se fue rápidamente hacia un callejón, y examinó su tesoro.

Dos francos. Sólo dos francos. Ah, merde alors.

Pero bueno, podría comprar algo de vino con eso, y algo es algo.

Salió del callejón, y se dirigió hacia lo de Habeb, para comprar el tinto.

La noche anterior había llovido, así que el piso le ofrecía espejos gratis por doquier. Le venían muy bien ahora que el desgraciado de Cèlestin le había robado el suyo.

- Maldito Cèlestin – pensó la clocharde, mientras se miraba en un charco, untándose maquillaje en los pómulos, ya abarrotados del mismo – Antes fueron las sardinas, y yo te perdone. Que idiota fui. Pero esta vez voy a encontrarte, y me las vas a pagar, si.

Emmanuèle siguió hablando sola, hasta que una melodía proveniente del Pont des Arts la detuvo en seco.

Se dirigió rápidamente hacia allí, y vio a un viejo tocando el violín para una parejita de enamorados, que sonreían y se fundían en un abrazo ante cada nota del instrumento.

Cuando terminó la canción y los enamorados se fueron, Emmanuèle se acercó al viejo, y leyó un cartelito que éste tenía a sus pies:

UNA CANCION POR DOS FRANCOS

La clocharde pensó unos momentos, y después sacó con sus dedos sucios del bolsillo de su largo sobretodo negro los dos francos que había encontrado.

Pensó en el vino, y sintió el palpitar de su lengua.

Pero después pensó en Cèlestin, y sintió el palpitar de su corazón.

Emmanuèle depositó el dinero en un sombrero que había en el piso, y después miró hacia el sol, que estaba comenzando a desaparecer en el atardecer parisino.

- ¿Qué canción desea escuchar, madame? – le preguntó caballerosamente el viejo a la mujer con una bufanda roja en la cabeza a modo de vincha, y con unos ojos llenos de tristeza, fijos en el horizonte.

- “Les Amants Du Havre” – dijo Emmanuèle, sin dudarlo.

El viejo asintió con la cabeza, y tratando de soportar estoicamente el fuerte olor a suciedad de la clocharde, comenzó a tocar.

Las primeras notas entraron directo en el corazón de Emmanuèle, como una puñalada de desamor, y ésta se tomó el pecho, cerrando los ojos por el dolor.

Si hubiese estado borracha, probablemente hubiera cantado a gritos, como aquella vez en el callejón con aquél misterioso extranjero que usaba una hermosa y envidiable canadiense.

Pero ahora estaba sobria.

Sin vino.

Sin extranjero.

Sin Cèlestin.

La clocharde susurró muy bajito, acercándose al borde del puente:

- Puisque la terre est ronde, mon amour t’en fais pas, moun amour, t’en fai pas.

El Sena, que hasta ese entonces había estado en pacífica quietud, de repente sintió que algo golpeaba en su superficie.

Era algo muy conocido por él, algo que caía en grandes cantidades sobre él, todos los días, y que a veces era de alegría y otras veces, como esta, de tristeza:

Eran lágrimas de amor.