En este Blog podran ver varios de mis cuentos que posteo permanentemente en los Talleres De Escritura de Psicofxp y Foro Metrópolis. Espero que los disfruten tanto como yo. See Ya!!!

06 febrero 2006

21 - Los Descansos


- Sigan trabajando – les ordenó a los Cíclopes – Yo voy a descansar un poco.

Las caras sombrías de los Cíclopes lo miraron extrañados. Era raro que Hefestos descansara, pero rápidamente movieron la cabeza en señal afirmativa, y siguieron trabajando en el escudo de Aquiles.

Hefestos, cuidándose de que ninguno lo siguiera, se dirigió lo mas rápido que su cojera le permitía hasta el centro del Etna. Cuando llegó, el río de lava ilumino perfectamente su rostro deforme. Se lo notaba ansioso.

Con mucho cuidado, sacó varias rocas de un rincón, y extrajo el busto. Lo miró con enorme cariño, y recordó con una sonrisa cómo lo había conseguido:

- No sé porqué la quieres tanto – le dijo Heracles – Te rechazó sin importarle nada. No tiene sentimientos. Yo la detesto, mas allá de que me haya querido matar con las serpientes.

- Es mi madre, Heracles – contestó Hefestos, bajando la cabeza – Mis sentimientos hacia ella lo superan todo.

Heracles suspiró.

- Está bien, hermano mío. Mañana, cuando venga a buscar mi espada, te lo traeré.

Hefestos subió la cabeza, con la mirada llena de gratitud, y sonriendo como un niño.

- Gracias, Heracles. Muchas, muchas gracias.

Al día siguiente, rebasado de ansiedad, Hefestos salió al exterior del Etna (nunca lo hacia), y vio a lo lejos a Heracles, que se acercaba trayendo algo que, bajo los rayos del cálido sol de otoño, resplandecía magníficamente.

- Aquí está, hermano – dijo Heracles, entregándoselo – Espero que te haga feliz.

Hefestos lo tomó entre sus manos con un cuidado extremo, y las lágrimas le cayeron por las mejillas, al igual que ahora en el centro del Etna, y lo primero que dijo aquella vez fue lo mismo que decía ahora, sentándose entre las rocas.

- Madre – decía, abrazando el busto con fuerza, cerrando los ojos – Mi amada madre.

Ciertamente, Hefestos nunca abandonaba la fragua del Etna para descansar, y cuando lo hacia, era porque su soledad infinita lo desbordaba. Entonces venía aquí por horas, a mirar los rígidos contornos del busto de Hera, y se sentía feliz, y un poco mas cerca de su madre.

Y muchas veces se quedaba dormido, y soñaba que llegaba a Farsalia, caminando perfectamente, sin cojera y sin ninguna deformidad, y se veía a si mismo subiendo las altas cumbres, dejando atrás las casas viejas del pueblo, y llegando a la cima del Olimpo, magníficamente iluminado por una enorme luna llena, en donde Hera lo esperaba sonriendo, con los brazos abiertos, mirándolo tiernamente con sus ojos azules, y diciéndole con una melodiosa voz mientras lo abrazaba:

- Perdóname, hijo mío. Perdóname. Prometo nunca mas volver a abandonarte. Te quiero tanto, mi hermoso y amado Hefestos.

- Yo también, madre – contestaba él, llorando de alegría – Yo también.

Y así eran los descansos de Hefestos.