En este Blog podran ver varios de mis cuentos que posteo permanentemente en los Talleres De Escritura de Psicofxp y Foro Metrópolis. Espero que los disfruten tanto como yo. See Ya!!!

15 enero 2006

15 - La Inspiración


- Estoy en la ruina – me dije a mi mismo, mientras me miraba en el espejo - tenía los ojos enrojecidos por el insomnio, el pelo revuelto y la barba de dos semanas.– Completamente quebrado.

Miraba profundamente mi reflejo, en especial mis ojos, tratando de ver si aun había una luz, aunque sea una chispita del talento que me había dado fama. Pero no, todo se había ido: el talento, Mary Jane, el dinero, el sueño, la comida…

- La comida – pensé, y mi estomago se quejó amargamente – Tengo que hacer algo, no puedo seguir así.

Salí del baño, me puse un sobretodo, y me fui a caminar por las calles de New York. La lluvia caía desde hacia varios días, y la molestia típica en los rostros de los neoyorkinos se veía más acrecentada que de costumbre. Me dirigí al barrio italiano, y entré en el restaurante de Giancarlo, que al verme hizo una enorme sonrisa de alegría, y vino a mi encuentro.

- ¡Eh, bambino! – dijo, abrazándome - ¿cómo estas? Hace tiempo que no te veíamos por aquí – después se detuvo unos segundos, y observo mi aspecto con preocupación – Pero, bambino, parece que te hubiera pasado un tren por encima… ¿cosa sucesso?

- Estoy en la ruina, Carlo. La inspiración se fue, al igual que Mary Jane.

Giancarlo abrió grande los ojos.

- ¡Oh, no, cuanto lo siento, bambino! – Dijo con tristeza, pero al instante sonrió – ¡No importa, ven, ven, te serviré un buen plato de spaghetti con salsa y albóndigas, y el vino que a ti tanto te gusta, y te sentirás mejor con el estomago lleno!

Miré al piso, sintiendo una enorme vergüenza de mí mismo.

- No tengo con qué pagarte, Carlo.

- ¡Ma que cosa! ¡La casa invita, bambino! Tú ya me has pagado de sobra con la magia de tus poesías.

El sincero cariño de Giancarlo me robó una sonrisa. Me sentía feliz que un amigo esté conmigo en las malas.

- Gracias, Carlo. Muchas gracias.

- ¡De nada, de nada, bambino! Ven, siéntate junto a la ventana, que es donde siempre te inspiras – me dijo acompañándome a la mesa, y dándome golpecitos en la espalda. Después se dirigió hacia la cocina.- ¡Luca! ¡Una buena pasta y el mejor vino para mi amigo el escritor! – gritó.

Miré hacia el exterior. El barrio estaba en pleno movimiento. Chicos con el pelo peinado hacia atrás, musculosas blancas y pantalones con tiradores corrían por las calles. Las personas pasaban por la vereda del restaurante, y varios de ellos me saludaban alegremente con la mano. Era bastante famoso ahí, cortesía de Giancarlo, que minutos después vino con un suculento plato de spaghetti, y el estómago se me retorció de deseo.

- ¡Que lo disfrutes, bambino! – me dijo Giancarlo.

Le sonreí, y comencé a comer, tratando de hacerlo despacio, aunque me costaba, el hambre de varios días era muy grande. Pero con los primeros bocados el alma se me llenó de sosiego y felicidad, mucho más aún cuando probé el vino.

- Ahhh… - suspiré – El Cáliz Sagrado.

Terminé mi plato, y le di unos golpecitos de satisfacción a mi panza. Giancarlo me miró y me guiñó un ojo. Yo lo sonreí con gratitud, y miré nuevamente hacia la calle. Rápidamente, por la vereda, pasó una chica joven, rubia y muy hermosa. Sentí un impulso y me levanté de la silla. Decidí seguirla.

- ¡Hasta luego, Carlo, gracias por todo! – le dije a Giancarlo, saliendo por la puerta.

- ¡Arrivederci, bambino! – me contestó, riendo alegremente.

Iba detrás de la chica, fascinado con su andar tan sensual y despreocupado, pero traté de mantener distancia, para no asustarla con mi aspecto de mendigo por si llegaba a verme. Se detuvo en una esquina, esperando por cruzar la calle, y una bocanada de viento le movió suavemente el cabello. El mismo viento llegó hasta mí también, trayendo consigo el perfume que ella usaba. Cerré los ojos, maravillado.

- Es la misma fragancia que usa Mary Jane – me dije a mí mismo.

La chica cruzó la calle, pero yo me quedé quieto. Ya no pensaba en ella, sino en Mary Jane, en sus ojos, su piel, la forma de su cuerpo en la oscuridad… Me invadió un nerviosismo intenso, un cosquilleo en las manos. El corazón me golpeaba fuerte en el pecho, y una certeza apareció en mi mente:

- Necesito una lapicera – me dije - ¡Necesito papel y una lapicera!

Corrí desesperadamente por las calles, rumbo a casa, tropezando con todo la gente, resbalando en los charcos, esquivando los autos. Llegué a casa, y las manos me temblaban al agarrar las llaves para abrir la puerta. Entré, corrí hacia mi escritorio, me senté y dí un gran respiro cerrando los ojos. Agarré la lapicera, y deje que el rió fluyera:

Tus manos y las mías…

Las hojas y las horas pasaban unas tras otras. Mi mano no tomaba ni un segundo de descanso, como poseída.

Tu reflejo en mi alma…

Llegó la noche y mi fiebre continuaba. Tuve que detenerme un momento para prender una vela, porque hacia dos semanas me habían cortado la luz.

Tus suspiros espirales…

La luz del alba me sorprendió dando los últimos retoques a mi obra. La releí con ansia, y no podía evitar sentirme orgulloso de mí mismo y de mi inspiración recuperada. Me afeité, me bañe (con agua fría, porque también me habían cortado el gas), me puse la poca ropa limpia que tenía, y me dirigí a la casa de Michael, mi representante. Michael me abrió la puerta, con cara de recién levantado, y con una taza de humeante café en la mano. Cuando me vio abrió grande los ojos, dejó caer la taza al piso, y me abrazó.

- Por Dios – me dijo, como en una plegaria – dime que tienes algo, por favor.

Le dí un golpecito a mi bolso con la mano. Michael lo miró, y me hizo entrar a los empujones a su casa, y me sacó el bolso a los tirones. Se sentó en el sofá, y me miró esperanzado.

- Espero que sea bueno – me dijo – No te das una idea de la presión que tengo de la editorial.

- Pues ahí lo tienes – le dije, sonriendo.

El se puso a leerlo. Yo miraba sus expresiones de deleite, de sorpresa, sus sonrisas al avanzar por las hojas.

- Eres un genio – murmuraba – Dios, un verdadero genio.

Yo sonreí, y caminé por el living de la casa. Me detuve frente a un espejo y me miré: me veía tan distinto, con la barba afeitada, el pelo peinado, los ojos con una expresión tranquila… Parecía mentira que hace solamente un día atrás mi aspecto y mi alma eran los de un desgraciado. Pensé en Giancarlo y en su bondad, en la chica y en su perfume, en Mary Jane… Mary Jane, mí Mary Jane. Tengo que llamarte y pedirte disculpas por lo estúpido que fui. Te vas a sentir tan feliz cuando sepas que fuiste la musa de mi nueva obra. Es lo que siempre habías deseado. Tus ojos, tu belleza plasmada en las hojas… Ojos, belleza… Volví a sentir el estremecimiento del día anterior. En mi mente comenzaron a llover las palabras:

Y el rocío sobre tu piel nenúfar…

Michael decía algo a los gritos por teléfono, algo de que la tapa tenía que tener una foto de Antón Corbjin, que la tipografía… pero yo estaba en otro lado, empapado, chapoteando en charcos de poesía.

Y el ocaso vestía tu desnudez…

- Michael ¡Michael!

- Si ¿Qué pasa?

- Necesito una lapicera ¡Necesito papel y una lapicera!



1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

loco, soy javi, tu batero estrella. Muy bueno este cuento: me encantó la redacción, la historia por más me gustó, por un momento me hiciste acordar a Emilio Zola por cómo describís las situaciones cachivas. Ya saqué los últimos cuentos, con ellos me ayudás a pasar un poco mejor el viaje de vuelta a casa. Un beso. Nos vemos.

27/1/06 4:46 p. m.

 

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