En este Blog podran ver varios de mis cuentos que posteo permanentemente en los Talleres De Escritura de Psicofxp y Foro Metrópolis. Espero que los disfruten tanto como yo. See Ya!!!

18 diciembre 2006

54 - El Camino





(Este cuento fue escrito especialmente pensado para la gente del taller donde escribo. Probablemente muchas cosas no se entiendan, porque son sujetividades del grupo. Igual, espero lo disfruten)





Si algún fotógrafo con una buena noción del encuadre nos hubiese tomado una foto en ese instante a Morton y a mí, sin dudas habría sido una acertada descripción de nuestras vidas.

Parado en el medio del camino, con la mirada fija hacia delante, Morton observaba.

- ¿Creés que falte mucho, Miles?

Yo estaba sentado al costado del camino, fumando un cigarrillo y mirando hacía atrás, hacia el trayecto que habíamos hecho, recordando el pasado.

- Siempre falta mucho, Morton.

- No seas pesimista. Algún día tenemos que llegar a algún lado. Lo sé. Estoy seguro.

- La vida es un viaje en tren que no termina nunca, Morton. Salvo cuando te morís. Vas dentro del tren, mirando por las ventanillas la belleza o la fealdad del mundo. A veces más rápido, otras veces más despacio. Y si tenés suerte, te podés bajar un par de veces en alguna estación, comer algo, estar un rato con una hermosa mujer, e intercambiar cosas para el viaje. Porque cuando venga el próximo tren, te vas a subir en él, con la esperanza de que algún día el viaje va a terminar, que llegarás a ese lugar que tanto añorás. Pero eso no pasa nunca.

- Quizá una de esas estaciones sea el lugar que andás buscando.

Miré a Morton fijamente, con mis ojos de perro viejo y cansado. Los suyos también me miraban. Eran los de un cachorro feliz. Un joven lleno de ideales y sueños, como yo lo había sido alguna vez.

- Nunca lo había pensado. – dije – Quizá tengas razón. Ojalá la tuvieras.

- ¡Hey, chicos!

Caminando torpemente por los pastizales del campo al costado del camino, Nyarlotep venía con unas bolsas.

- ¿Conseguiste algo, Nyar? – le preguntó Morton.

- Si. – le contestó Nyarlotep, enjugándose el rostro completamente transpirado con un pañuelo que Morton le alcanzó – Conseguí papas y huevos para ustedes. Y algunas verduras para mí.

- Me imagino que los huevos no serán de pato, ¿no? – le preguntó Morton, pícaramente.

Nyarlotep se sonrojó.

- No… - dijo tímidamente – Ya aprendí la lección.

Me acerqué a él, y examiné los vendajes de sus manos.

- Tus manos están mejorando, androide. – le dije – Pronto vas a poder volver a escribir. Debiste haber dejado que yo fuera por las provisiones, así no las esforzabas.

- Estoy bien, Miles. Quería tomar aire fresco. El polvo de este camino me hace mal, me da dolores de cabeza.

- Si. – dije yo – Es insoportable.

- No te preocupes. – le dijo Morton, alcanzándole la cantimplora – Pronto llegaremos a algún lado. Ya se lo dije a Miles. Estoy absolutamente seguro.

- No se… - dijo Nyarlotep, con angustia – Ya estoy empezando a creer que Miles tiene razón, que nada nos espera.

La preocupación invadió el rostro de Morton.

- No, Nyar… Vos no… - dijo – No te me rindas vos también.

- Tranquilo, androide – le dije, apoyando mi mano en su hombro – Yo soy solo un viejo gruñón. En el fondo confió en Morton. Y además, aunque no encontremos nada… ¿Acaso tenemos algo mejor par hacer que esto?

Nyarlotep sonrió. Morton también, y me miró, como dándome las gracias.0

A pesar de mi dureza exterior y mis frases de negación y pesimismo, en el fondo de mi corazón, muy en el fondo, yo también seguía creyendo en mis sueños. Pero a diferencia de los de Morton, que eran a viva voz, los míos eran un pequeño susurro.

Una nube de polvo se levantaba desde la parte del camino que ya habíamos recorrido. Después de unos minutos, una camioneta se detuvo frente nuestro. Era Eddie.

- ¡Bien! – festejó Nyarlotep – Ya no tendremos que caminar.

- Buen trabajo, Mike – Le dije a Eddie, que estaba bajándose de la camioneta.

- ¿Pero cómo la conseguiste? – preguntó Morton, desconfiado.

- Nunca subestimes a mi cross de derecha – dijo Eddie, besándose el puño.

- ¡La robaste! – dijo Morton, atónito e indignado - ¡Eso está mal!

- En realidad no – dijo Eddie – Le aposté a un médico gringo que si le ganaba una pelea de box, me quedaba con su camioneta.

- Pero… ¿Y que pasaba si perdías? – preguntó Morton.

- Le daba tu cubo Rubik de oro.

- ¡Queeeeeeeeeeeeeeee!- gritó Morton

- Tranquilo, Morton, tranquilo – le dije, palmeándole la espalda – Las cosas salieron bien. Relax. Además, vos diste tu cubo por si era necesario comprar alimentos, cuadernos, lapiceras, y demás cosas par el viaje.

- ¡Si, pero no para apostar! – dijo Morton, enojado - ¡Que no vuelva a pasar! ¿Entendido? – tomó de mala manera su cubo Rubik que Eddie le alcanzaba, y lo acarició con suma ternura, hablándole - ¿Cómo está el nene de papá, eh? ¿El tío Eddie fue malo con vos?

- Y después dicen que Miles y vos están locos, Nyar – le dijo Eddie a Nyarlotep. Este sonrió.

- Bueno. – dije, después de observar la parte trasera de la camioneta – Es hora de irse. Conseguimos agua y provisiones. Ya estamos listos.

- Hasta te conseguí una lapicera Parker, Miles – dijo Eddie, arrojándomela.

La tomé, guiñándole un ojo. Aún en las peores situaciones no me gustaba abandonar mi estilo.

Por primera vez en todo el día, Morton miró fija y pensativamente el camino hacia atrás. Su rostro se entristeció.

- ¿Y si esperamos un poco más? – dijo.

- Pronto va a anochecer – dijo Nyarlotep – Es mejor apurarse.

- Yo no vi ni una condenada alma en kilómetros. – dijo Eddie – Salvo esos putos gringos.

Me acerqué a Morton. Le puse una mano en el hombro. El me miró, como tratando de buscar una explicación.

- Los tiempos cambian, amigo. - le dije – Y son muy pocos los que siguen luchando. Los que nos quedamos y seguimos perseverando somos los que hacemos la diferencia. Pero quizá más adelante encontremos gente nueva, que quiera acompañarnos en este viaje.

- Y quizá también nuestros viejos amigos sigan el rastro de cáscaras de banana que fui dejando por el camino mientras volvía para acá, y nos encuentren. - dijo Eddie, con su buen humor inquebrantable.

Morton suspiró. Miró a Nyarlotep. Este también los miró, y le hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

- Está bien – dijo Morton, endureciendo el rostro - ¡Vamos, hay que seguir!

Eddie se sentó en el asiento del conductor. Nyarlotep le hizo compañía.

Morton y yo nos subimos atrás, junto con las provisiones.

Le di un golpe al techo de la camioneta.

- ¡Vamos, Eddie!

Justo cuando Eddie arrancaba, se escuchó un grito femenino.

- ¡Hey, esperen! ¡No se vayan sin mí!

Hice fuerza con la vista. Morton también.

- ¿Esa es…? – dijo este.

- ¿Podría ser…? – dije yo.

La mujer venía corriendo por el camino hacia nosotros. Se la notaba que hacia un gran esfuerzo.

Eddie detuvo el motor, y se asomó por la ventanilla.

- ¡Es Chaia!- dijo, alegremente.

- ¡Chaia! – dijeron Morton y Nyarlotep al unísono, con igual alegría.

- Lo que me faltaba – dije yo, agarrándome la cabeza.

Chaia llegó y se subió a la parte trasera de la camioneta. Estaba toda colorada, por la agitación. Traía una caja de zapatos, a la cual sostenía con sumo cuidado.

- No hay caso ¿eh? – le dije burlonamente – No puedo librarme de vos.

Chaia me sacó la lengua.

- Qué alegría verte, Chaia… - le dijo Morton – Creíamos que ya nadie más vendría con nosotros.

- Las chicas siempre llegamos tarde.

- ¿Conseguiste los medicamentos? - le pregunté.

- Hola Chaia ¿Estás bien? ¿Estás cansada? ¿Tenés sed? ¿Querés un poco de agua? - me dijo ella, irónicamente.

Le alcancé mi cantimplora. Ella me pasó la caja de zapatos.

- Espero que haya aspirinas… - dije – El dolor de cabeza me está matando.

- Adhiero – dijo Nyarlotep.

Abrí la caja. Dentro de ella no había medicamentos. Había otra cosa.

Había un gatito.

- ¿Qué carajo es esto, Chaia? - le dije, incrédulo y atónito.

- Un gato – me contestó.

- Ya sé que es un gato. – dije, enojado – Pero para qué queremos un gato ¿eh? ¡Nosotros te mandamos a buscar medicamentos!

- Es que yo los fui a buscar – dijo Chaia, tímidamente.

- ¿Y entonces? – el gatito me arañó un dedo.

- Es que lo vi abandonado al costado del camino, y me dio tanta pena… Cuando llegué a una granja, pedí un poco de leche y una caja para traerlo… Perdón… Me olvidé de los medicamentos.

- Ay, Dios… - dije, resignado – A mi me agarra un síncope. Si, no hay dudas.

Morton rió y se pudo a jugar con el gatito.

- Hay que ponerle un nombre. – dijo Chaia, pensativa.

- Arrancá, Eddie – dije, golpeando el techo de la camioneta.

- Últimamente me andan gustando los nombres franceses – prosiguió Chaia.

- ¡Arrancá, Eddie! – grité, con una migraña bien padre.

La camioneta salió rápidamente, levantando polvo, mientras Morton me ayudaba a ponerme una compresa de agua fría en la cabeza.

- ¿Qué tal Pierre? – preguntó Chaia.